Corría el año 1997. Después de no haber logrado hacerse un lugar en la Primera de River, donde sólo llegó a jugar siete partidos, Matías Biscay había encontrado la continuidad que buscaba en Huracán, bajo el mando de Oscar López. Más allá de que apenas tenía 23 años, el central tenía intereses futbolísticos que iban más allá de entrenarse todos los días y perfeccionar su pegada (era el encargado de las pelotas paradas del Globo). Por eso era habitual que se quedara después de las prácticas para conversar con el entrenador, que era un docente por naturaleza. En una de esas charlas, según le contó al periodista Diego Borinsky para el libro “Gallardo Monumental”, el jugador le anticipó a su DT: “Con Gallardo vamos a dirigir juntos”.

Hoy, más de 20 años después de aquel vaticinio, Biscay ya lleva siete años como el principal asistente del Muñeco y se prepara para estar al frente de River en los dos partidos más importantes que afrontará el DT en toda su carrera: las finales de la Copa Libertadores contra Boca, que el entrenador no podrá comandar desde el banco por la sanción que le impuso la Conmebol al entrenador tras lo sucedido en la revancha contra Gremio. Una elección que no es nada azarosa y responde a una amistad de más de 30 años entre ambos.

A pesar de que Biscay es dos años más grande que Gallardo, la relación entre ambos comenzó en las Inferiores de River. Hacia finales de la década de 1980, en una clara muestra de lo que le esperaba en el futuro, el asistente solía acercarse a ver los partidos de la Categoría 1976 donde un chiquito de rulos ya empezaba a llamar la atención de todos en el Millonario. Tanto que, para 1991 y cuando apenas tenía 15 años, fue subido a la Reserva, donde jugaba el central y también estaban Hernán Buján y César Zinelli, otros dos integrantes del actual cuerpo técnico del conjunto de Núñez.

La incipiente relación entre ambos se vio interrumpida en 1993, cuando el Muñeco subió a Primera y Biscay fue suspendido por dos años por la FIFA por una batalla campal en un torneo juvenil en Colombia por la que incluso llegó a pasar algunas horas detenido en el país cafetero. Pero en 1995, ya cumplida la sanción, se reencontraron en el plantel principal de River y forjaron una amistad inquebrantable, que no se cortó ni siquiera cuando en 1998 el defensor se fue a Suiza para jugar en Lugano: un año después, cuando Gallardo fue transferido a Monaco, su amigo viajó especialmente hacia el Principado para recibirlo.

Tras aquella experiencia en Lugano, Biscay pasó por Compostela y en 2002, después de un conflicto legal con el club, decidió retirarse con apenas 28 años. Radicado en España, el defensor se alejó por completo del fútbol -más allá de sus habituales contactos con su amigo, que por ese entonces estaba a punto de regresar a River para su segunda etapa como jugador- y se dedicó al negocio de la joyería. Fue el Muñeco el que lo convenció de volver a acercarse al mundo de la pelota: durante su tercer ciclo en el Millonario, le pidió que lo acompañara a hacer el curso de entrenador.

Para 2011, Biscay seguía en España y su negocio con las tiendas Accesori iba en franco crecimiento. Hasta que un llamado desde el otro lado del Atlántico le cambió por completo la vida: Gallardo iba a asumir al frente de Nacional de Montevideo y, tal como planeaban desde chicos y habían definido mientras hacían el curso, lo quería a su lado. Al día siguiente estaba rumbo a Buenos Aires. Lo que vino después es historia conocida.