“¿Era necesario?“. La pregunta se multiplicó en La Bombonera, en cada hincha frente al televisor, en cada grupo de Whatsapp de amigos ‘bosteros’, cuando Wanchope Ábila miró el banco, se tocó el posterior y siguió el mismo camino que trazó Eduardo Salvio un puñado de minutos antes. A menos de 96 horas del Superclásico, el primero desde la noche fatídica de Madrid, ¿era necesario?
La formación para recibir a Liga luego del 3-0 en Quito fue objeto de debate en las horas previas al choque. A la Copa se la respeta, sostenían aquellos que se pararon en la misma vereda que Gustavo Alfaro, un paladín de la seriedad en estos casos. Ningún resultado da la seguridad necesaria para sentirse ganador 90 minutos antes en un certamen tan duro como la Libertadores, en la cual se vienen sucediendo golpes tras golpes desde que Riquelme levantó el trofeo en 2007 en Porto Alegre.
Del lado de enfrente, el argumento no era solamente la sed de venganza frente a River. La estadística habla por sí sola: en la presente edición, el equipo ecuatoriano empató dos partidos como visitante y perdió los dos restantes, en los que convirtió cinco goles en total. Pero hay más, porque hay que remontarse hasta 2008 para encontrar su último triunfo fuera de Quito en el máximo certamen continental. En total pasaron 21 partidos en seis ediciones diferentes desde que le ganó a Arsenal en Sarandí, durante la temporada en la que fue campeón. Aunque los números no juegan, marcan una pauta de lo que traía en su mochila el equipo que debía ganar por cuatro goles de diferencia en un terreno tan copero como La Bombonera, donde Boca había ganado sus cuatro duelos de este año.
En lo estrictamente futbolístico, lo que se vio del Xeneize es un equipo que abusó de la relajación por la ventaja lograda en Ecuador ante un rival abismalmente inferior que por momentos se aprovechó de esa comodidad para ponerlo en apuros. Y nuevamente en este aspecto es que aparece la discusión original: ¿hubiera sido conveniente apostar a un equipo más “hambriento” que el de los titulares casi inamovibles? Y, en menor medida, tener inevitablemente la cabeza en el Monumental, ¿pudo predisponer a través del miedo a lesionarse a Salvio y a Wanchope?
Boca está en semifinales y es lo principal para un equipo que tiene una espina desde hace 12 años y que tiene un dolor mucho más agudo desde hace nueve meses. El Superclásico del domingo, si gana River mañana, será el primero de una nueva trilogía y tal vez el que menos importe. Pero esta noche, mientras los hinchas cantan que “el domingo cueste lo que cueste“, Alfaro debe empezar a analizar qué hacer si llega a Núñez con dos bajas sensibles producto de su exceso de profesionalismo.