El 0-0 no era un mal resultado, pero había que ratificarlo. Era necesario poner la cara en San Pablo, hacerse cargo de un partido difícil y salir a jugar con actitud. Pero no: Boca salió a Vila Belmiro como si tuviese algún tipo de ventaja. Como si el empate en La Bombonera la facilitara la historia. Como si la serie estuviese a medio definirse. Santos ganó 3-0, podría haberle convertido alguno que otro más, y dejó al Xeneize en ridículo.

Miguel Ángel Russo, conductor de un plantel que parecía reencontrarse de a poco con su suerte, no aprendió nada de una semana a la otra: Cuca, mañoso entrenador si los hay en Brasil, planteó el mismo sistema que le funcionó en la ida. Anuló a Diego González y Jorman Campuzano para que no genere juego en el mediocampo y presionó sobre Sebastián Villa y Eduardo Salvio para que no encuentre explosión por las bandas. Con esas marcas fijadas, al visitante no se le cayó una idea y en ningún momento encontró fútbol.

Tal vez por eso en el complemento, el DT eligió a Nicolás Capaldo para darle algo más de dinamismo a una mitad de cancha estática que veía como le pasaba la pelota por delante. Pero ahí entró a jugar otro factor: la poca sangre de un equipo que se dejó pasar por arriba en tres minutos. A los 4′ del segundo tiempo, Soteldo, tras una pérdida insólita de Salvio -de pésimo partido-, convirtió el 2-0 y, a los 6′, Lucas Braga, luego de que Felipe Jonatan se metiera gambeteando dentro del área, hizo el tercero. Y decretó el final.

Quedará la incertidumbre sobre la ausencia de Edwin Cardona. ¿Por qué no entró el colombiano a un encuentro en el que claramente se necesitaba a alguien que administrara mejor la pelota? Son decisiones, dirá Miguel. Lo cierto es que en el momento de las sustituciones en entretiempo, solo necesitaba empatar. Pero terminó tirando la posibilidad de levantar la séptima a la basura en un ratito y con una actitud demasiado impasible para una etapa semejante.

Las comparaciones son odiosas y más cuando se hacen con el eterno rival, a quien durante el 2020 Boca parecía volver a superar. Pero lo cierto es que la imagen de River expone: de un lado, el Millonario necesitado de un milagro al borde de la hazaña y, del otro, la apatía de un Xeneize que apenas necesita un gol. Ese golpe, quizás, sea el más doloroso de todos.