El suéter con cuello hasta arriba lo hace parecer un intelectual hipster, pero es un volante central con sacrificio. Aclara que siempre ha sido reacio a hablar con alguien sobre sus temas personales, aunque lo ha necesitado. Cuando era un pibito, en Newell’s, se acomodaba al ritmo de capitanes como Julio Saldaña o Sebastián Cejas, y ahora se esfuerza para poder entender la onda de chicos como Exequiel Palacios, al que le lleva 17 años. No le gusta invadir una habitación de un compañero para quemarle la cabeza con un partido. Sin embargo, en los ensayos tácticos previos a los partidos importantes, se ocupa particularmente de que la concentración de todos sea extrema.
Lee más noticias de fútbol en CódigoSport
Aunque nunca haya hecho terapia, con 37 años y mil vestuarios, tiene la psiquis en la palma de la mano. La invitación, hecha desde una silla de kiosco a otra, con los pies sobre el césped de la cancha principal de entrenamiento de River, es pensar la construcción de la cabeza de un equipo campeón.
No hace falta presentarlo más: Leonardo Ponzio se sienta cuarenta minutos a explicar cómo llegó River a conquistar seis torneos internacionales en los útimos cinco años cuando en toda su historia tenía cinco copas.
– ¿Cómo dormís las noches previas a un partido importante?
– Bien. Se lo digo a mi familia: “Duermo mejor en la concentración que en mi casa”. Pero por descansar solo, sin estar pendiente de mis hijos. Descanso. No juego a la noche el partido del día siguiente.
– ¿Cómo lográs eso?
– Cuando entreno, estoy pensando en el partido. Y, cuando salgo de la órbita del lugar donde mejor nos defendemos que es la cancha, lo dejo un poco de lado. Trato de que no me invadan tanto las situaciones de stress. Pero, claro, uno lo va entendiendo con el tiempo eso.
– ¿Y cuando eras pibe?
– Cuando era pibe a lo mejor no me daba cuenta. Vivía al palo. Hacía todo a la misma velocidad: me entrenaba, jugaba de la misma manera, no pensaba en nada, ni en el otro, ni en que vendrá otro partido.
– ¿Cómo es ser capitán de este equipo?
– Conseguimos una química a nivel grupo que realmente nos gusta. Cuando alguien nuevo llega, ve que nos gustan los duelos, que nos sentimos fuertes, que nos tienen respeto. Tratamos de inculcar eso. Día a día, en el torneo, tan espaciado, no tenemos esa manera de mirarlo.
– ¿Por qué?
– Nosotros, en los últimos años, hemos peleado los torneos en los segundos semestres. En los primeros torneos no jugamos tan bien. Los ejemplos son caminar una finalización, entrar a una copa o ganar la Copa Argentina. En los torneos locales, en el segundo semestre, empezamos a competir. Por eso, no nos termina yendo tan bien. También es una cuestión de stress. De jugar miércoles, domingo, miércoles, domingo.
– ¿Cómo conviven con ese stress?
– En el partido a partido de Libertadores, no te das cuenta. Cuando termina todo, cuando bajás, te cae la ficha. Hoy empezamos a asimilar lo que vivimos en diciembre. Cuando jugás, es una tras otra, y lo vivís pero no te das cuenta. Eso da cuenta de que el stress y la intensidad no te pesen en el momento.
– Como cierta inconsciencia en el momento que ocurre.
– Sí, la inconsciencia sobre la responsabilidad ayuda. Cuando jugás semifinal o final, el inconsciente juega más libre. Más distendido. Sos vos. Cuando tomás responsabilidades, cambian las cosas.
– Para todos los partidos importantes, tienden a ir a concentrarse varios días antes en un hotel. ¿Sirve eso?
– Es un hábito de costumbre. Ya sabemos que jugamos octavos o cuartos o semis y tenemos un refugio. El grupo lo espera. Yo he dicho, a los coach, que en los momentos límites uno se siente arropado con los que van a la batalla. Batalla es una manera de decir, pero es estar rodeado de esa gente. Aunque no hables de fútbol, estás conviviendo con los que te van a defender.
– ¿Cómo te relacionás en esa convivencia con los pibes más jóvenes?
– Trato de no ser invasivo. Que yo entre a la pieza de un pibe que está hablando con la novia no tiene sentido. Pero sí el día en que Marcelo hace el táctico, el día anterior al partido, soy de hablar ahí. De decirle a los compañeros: “Si nos dice esto, es por algo”. Y si vos conocés al rival, mejor. Cuando llega el momento y hay relax, no me meto. Que cada uno esté en su mundo. Después sí, tenemos 45 minutos antes de la entrada en calor y ahí volvemos.
– ¿Hiciste terapia?
– Siempre fui reacio a poder ponerme hablar con alguien. Pero lo he necesitado. Y con Sandra (Rossi, especialista en neurociencia del cuerpo técnico de River) tengo una relación bastante amistosa de venir y comentarle. Si me venís a hablar, quizás no te hablo. Pero puedo ir a buscarte. Con el tiempo, uno va haciendo terapias con el cuerpo. Yo sé que el cuerpo funciona gracias a la cabeza. Pero hago más hincapié en poder llegar bien en cuanto a lo físico, que es lo que ha resaltado en mi carrera. Pero tener a alguien que te escuche o te dé algunos tips en momentos de tensión es buenísimo.
– ¿Se aprende a ser capitán?
– Sí, se aprende. Tuve muchos compañeros que me sirvieron de referentes. Afuera, tuve al Ratón (Roberto) Ayala y a Gaby Milito. Acá aprendí de Ariel Ortega. Después, de entrenadores como Almeyda o Gallardo o Simeone.
– ¿Del comienzo de tu carrera?
– Estábamos con Saldaña y con Cejas. Pero esa etapa era al revés. Ahí, yo me tenía que adaptar a los capitanes. Ahora, yo me tengo que acomodar a los pibes.
– ¿Cómo te preparás para eso?
– El día a día hace que te conozcan más como sos. Por edad, quizás no te metés a algunas jodas. Nos adaptamos por ejemplos. Si predicamos con buen ejemplo, el pibe se va a poner al lado mío. Si predicamos con mal ejemplo, el pibe me va a mirar de allá y seguramente, cuando yo le diga, me va a hacer menos caso. Pinola tiene 36 años y tiene una metodología de entrenar que hace ejemplo en los otros. A mí no me vas a ver así, pero me vas a ver haciendo otra cosa. Los Scocco y los Pratto, lo mismo. Armani, un tipo callado, que está en los laureles y no cambia cómo es. Lux que vino de Europa y es de la casa y ganó todo y no pasa nada si tiene que ser suplente.
– ¿Qué recordás de tus primeros vestuarios?
– Había un combo de todo. Entraba lo económico, que no cobrábamos nunca. Teníamos 18, 19, 20 años. A veces entrenábamos sin ropa o se suspendían las prácticas por diferentes motivos y ante una dirigencia que no se manejaba bien.
– ¿En España?
– Tuve dos etapas. En la primera, jugaba con tipos muy buenos como David Villa, Savio, Galleti, Cani, los dos Milito. Estábamos todos creciendo en Europa. Tirábamos todos del carro. Éramos bastante completos.
– Viniste a River.
– Con un vestuario que cambiaba mucho. Que tenía muchas nuevas contrataciones. Estaba Ortega. Con Marcelo no llegué a estar. Estuvo Abreu. Había mucha alegría, pero los resultados no se daban y, en este club, cuando los resultados no se dan, es complicado porque se le encuentra todas las manchas posibles desde afuera y desde adentro.
– Volviste a Zaragoza.
– En un vestuario, éramos once nacionalidades. Y ahí te arropas con el que mejor te llevás. Ibas al partido y cada uno daba lo mejor. El club estaba mal. No fueron años buenos como para poder quedarse.
– Y de ahí a River de nuevo.
– Sí. Teníamos un vestuario que quería ascender. Gente que había venido para eso como Fer (Cavenaghi), el Chori (Domínguez), David (Trezeguet). La verdad es que se convivió para lograr el objetivo. Después, se fueron haciendo los grupos. Fer y el Chori se fueron. David se quedó un poco más. Pero fuimos armando algo con el Negro Sánchez, con los mellizos Funes Mori, con Kranevitter, con Pezzella. Hoy es lo que sostiene todo esto. Ese grupo que se empezó con Cavenaghi y con Barovero se fue encaminando.
– ¿Cómo definirías a este vestuario?
– Yo puedo decir que vengo acá a entrenarme y están todos contentos. Ves otros grupos con gente que quiere practicar e irse. Acá cada uno puede hablar o no, pero hay ganas de entrenarse.
– ¿Se habla de fútbol en el vestuario?
– Se mira mucho fútbol. A lo mejor no se habla de la táctica. Los pibes ven mucho. Un Mayada, un De La Cruz, un Palacios, un Moreira -que ahora ya no está- saben dónde juegan todos.
– ¿Ayuda ser un equipo grande en las definiciones?
– Acá la teoría de ganar es hasta en las prácticas.
– ¿Cómo fue la charla previa a jugar la final contra Boca?
– El viaje empezó bastante distendido porque pudimos ir con nuestras familias. Volamos casi 10 compañeros con nuestros hijos o nuestras parejas. Los otros fueron por otro lado, no pudieron por una cuestión de cupo y tardaron en anotarse. Era un vuelo agradable. Necesario. Íbamos a estar llegando para las fiestas con un mes sin poder verlos. Vinieron padres y madres como los de Montiel. Poder compartir eso era algo soñado. No era un viaje de estudio, era una final que nos jugábamos mucho. Eso marcó algo. Veníamos en una privacidad muy linda con nuestras familias. Y, después, llegado al momento, entrenábamos en la Casa Blanca, el predio de Real Madrid. Pese a no ser en nuestra casa, porque es la gran mancha negra de todo esto, nos estábamos jugando algo ante el mundo. Teníamos mucha confianza. Sabíamos que queríamos jugar. No teníamos suspicacia por no jugar. Y fue lo que se demostró durante todo el partido. Porque pudimos ir perdiendo en un momento, pero nunca dejamos de jugar.