Junior de Barranquilla se mantiene segundo en el rentado colombiano, pero su fútbol sigue sin convencer. Durante la irregular campaña, los de Mendoza han mostrado tres caras diferentes, evidenciando una gran falta de identidad este 2018.
La primera cara que se le vio a Junior esta temporada fue la de un equipo con hambre de gloria. La llegada de refuerzos de peso repercutió en un muy buen inicio de campaña, en la que el Tiburón mostró un fútbol vistoso y efectivo, sobre todo en Barranquilla. Teo, Chará y su combo estaban volando.
Pero la dicha se acabó tras el debut en la Copa Libertadores ante Palmeiras. Aquel día, Junior mostró su peor cara: la del equipo displicente. A los jugadores se les olvidó jugar al fútbol, la solidaridad, la jerarquía y el pundonor, comiéndose una goleada histórica en casa.
Desde entonces, Junior se tambalea entre un cara y otra. Un día juega bien, otro regular y otro pésimo. Se convirtió en un equipo sin alma, sin ideas, sin hambre y sin gol. Se volvió un equipo predecible. Debe corregir su falta de creatividad, profundidad y efectividad.
El toquecito de primera de Teo, los taquitos de Chará y los tiros de medio peso de Ruiz no serán suficientes en La Bombonera ante Boca el próximo miércoles.
Junior necesita volver a ganar confianza, trabajar en equipo y sacar a flote la jerarquía de sus principales figuras para buscar una épica en Buenos Aires y así poder seguir soñando con un lugar en los octavos de final del torneo continental. De lo contrario apague y vámonos.