Sueño quedaba incluso tras un 0 a 4. La calculadora le ofrecía escasas posibilidades a Chile pero el San Carlos de Apoquindo igual estaba lleno y Lasarte contaba con prácticamente todos salvo Edu Vargas y Claudio Bravo. En el final de la historia de la Generación Dorada, recibió La Roja a Uruguay en Las Condes y con el pasar de los minutos comenzó a sentirse y comportarse capaz de conseguir un resultado que, a lo menos, le sumara para su honor.
Las progresiones de Montecinos comenzaban a dar frutos, el movimiento constante de Alexis Sánchez aleonaba a los nacionales y Ben Brereton Díaz se acomodaba para encontrar los mejores ángulos para percutar. El tridente, esperado por muchos, luchaba por estar a la altura de las expectativas pero el desorden de todas las líneas le restaba finalización a un local necesitado y, cómo no, tocado por los dos goles de Perú a Paraguay en la primera mitad.
El primer caído fue Edinson Cavani, antes de la media hora, pinchado y con un suplente deluxe como Luis Suárez, quien irrumpió para enredar a Kuscevic y Medel y alimentar a los extremos, que poco dañaron. La resistencia de Brayan Cortés siempre denotó una sensación de seguridad y en sus voladas y contenciones basó su validez para ser el hombre después de la era Bravo.
Si el más profundo era el Joaco Montecinos, el que finalizó cuando fue requerido, los más entusiasmados los espectadores en la fría precordillera, que no decayeron en el aliento pese a que el contexto bien podía invitar a rendirse. Y es que estos jugadores de rojo no permiten que ningún chileno baje los brazos hasta que el porcentaje de opciones bajara a cero. De pronto lo único que importaba era ganar el partido, encontrar la diana que Diego Alonso y elenco dejaron de buscar y poder decir adiós con una última sonrisa.
El gol llegó, de chilena, pero le sumó a la cuenta a Uruguay, que encontró en Suárez a su killer de siempre. Federico Valverde lo mató sobre el 90 y las galerías gritaron “son de cartón” a los que se retiraron antes. A pensar en el 2026.