Eduardo Salvio llegó a Argentina un 17 de julio. Ese mismo día, se realizó una revisión médica que no superó, pero que se repitió 24 horas más tarde. Allí sí, con el aval del cuerpo médico, el Toto firmó un contrato por tres años. Aquel fue el primer indicio de la realidad que golpea a Boca en la previa del partido con River: el volante llegaba al club con un cúmulo de lesiones que le empiezan a pasar factura en el momento más trascendente del semestre.

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Las lesiones fueron una constante en la carrera del ex-Lanús desde septiembre de 2013, cuando jugando para el Benfica se rompió los ligamentos de la rodilla derecha ante Sporting Lisboa. La recuperación le demandó seis meses, pero a un año de volver, en mayo de 2015, se volvió a romper y estuvo afuera de las canchas nueve meses, hasta su regreso en febrero de 2016. Son, en total y contando este desgarro, 17 lesiones las que lleva desde aquel fatídico clásico en la temporada 13/14, de las cuales nueve fueron musculares.

Según recopila Transfermarkt, sus problemas físicos lo obligaron a perderse 114 encuentros en los últimos seis años. No solo esa maldita rodilla fue la que le impidió estar dentro del campo de juego, sino también el tobillo izquierdo: durante septiembre y diciembre de 2018 tuvo tres problemas consecutivos en la zona que no le permitieron tener continuidad.

Tanto Nicolás Burdisso como Daniel Angelici debían saber de esta serie de cuestiones que aquejaban el presente de Salvio. Aún así, desembolsaron siete millones de dólares, convirtiéndolo en la quinta compra más cara de la historia de Boca, apenas por detrás de Carlos Tevez. Un refuerzo de lujo, pero que se perderá el cruce que, en mayor o menor medida, vino a jugar.