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En el último abril, el partido entre Dijon y Amiens por la Ligue 1 tuvo que ser interrumpido durante cinco minutos cuando faltaban doce para el final. ¿El motivo? Los insultos racistas que recibió el capitán del equipo visitante, Prince Gouano, quien, tras el encuentro, como si fuera necesaria la aclaración, informó que “estamos en el siglo XXI”, que lo padecido “es inadmisible” y que “todos somos seres humanos”. Este triste episodio, sucedido en el Stade Gaston Gerard, fue determinante y empezó a ser el fin de la esperanza que se había generado con la Francia campeona del mundo, esa Francia también de Umtiti, de N’Golo Kanté, de Pogba y de Mbappé.

¿De qué se trataba esa ilusión inflada con argumentos? Myriam François, escritora e investigadora del Centro de Estudios Islámicos de la Universidad Soas, en Londres, se había planteado en 2018 si la Copa del Mundo levantada por Hugo Lloris podía terminar o ayudar a terminar con el racismo. Hoy, quizá, tiene una respuesta más precisa. Y más negativa, por supuesto.

“Tras una victoria que ha desatado una ola de orgullo nacional, han sido muchos los comentarios en torno al hecho de que 19 de los 23 jugadores de la selección francesa sean inmigrantes o hijos de inmigrantes. O en torno a la reacción de los jugadores musulmanes Paul Pogba y Djibril Sidibé al ganar, que se arrodillaron para rezar. ¿Cómo puede ser que un país que tiene tantos prejuicios hacia las minorías apoye a un equipo que es un reflejo de todas sus contradicciones?”, se cuestionaba François, el año pasado.

Sidibe Pogba (sin editar)

Al mismo tiempo, la británica, optimista pero con memoria, alertaba por lo que había sucedido 20 años atrás: “La celebración nacional en torno a la victoria en el mundial de 1998 con el lema multicultural de “noir, blanc, beur” (negro, blanco, árabe) nos hizo soñar. Sin embargo, hace tiempo que estas esperanzas se convirtieron en una visión cínica en cuanto a la voluntad real de Francia de construir una identidad nacional que incluya a todos los hombres y mujeres franceses en pie de igualdad”.

Ya pasaron casi 15 meses desde la coronación en Moscú, venciendo a Croacia en la final. Y la conclusión es similar al éxito de 1998, pese a las dos décadas de diferencia. El fútbol, formador de burbujas, se aleja aquí también de la realidad y sigue siendo casi una excepción, “una de las pocas vías de éxito económico y profesional para los franceses de clase trabajadora que viven en barrios de inmigrantes”, como subraya François. Está claro: bastan algunos goles para conseguir más rápido los papeles de “legalidad”. El “Libertad, igualdad, fraternidad” sigue siendo, a veces, sólo un eslogan bonito…